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Ella

  • María Isabel Betancur Posada
  • 23 abr 2017
  • 4 Min. de lectura


Era de noche afuera llovía y sus latidos cada vez eran más lentos, su cuerpo le pesaba, las manos eran témpanos de nieve casi imposibles de descongelar, ella lloraba y todo a su alrededor se desmoronaba, estaba sintiendo dolor, mucho dolor, en sus huesos, su cadera, su corazón… ¿Hasta qué punto había llegado su extrema obsesión que ahora su cuerpo estaba a punto de desvanecer? En su cabeza se había metido un ser indestructible que se estaba alimentado de su miedo para aumentar su poder, cada vez sus opiniones se hacían más latentes, el cómo actuar, cómo vestirse, cómo caminar, estaban siendo manejados por este monstruo que solo buscaba llevarla hasta el fin de la desesperación.


Ella luchaba, te lo juro que luchaba, en las noches soñaba que esta pesadilla pronto se acabaría porque ella iba a ser capaz de vencerla, pero sus fuerzas cada vez eran más leves, estaba llegando al punto de enloquecerse, su cerebro estaba tan desconectado que su realidad se había alterado, ella no podía ver las cosas con claridad, no pensaba, no sentía.

Fueron épocas muy duras, las 24 horas del día peleaba contra sí misma, no entendía en qué momento había llegado hasta estas instancias, estaba enferma, enferma de amor, enferma de miedo, enferma de inseguridades, la comida era su peor enemiga. A veces un vaso con agua era su única compañía para soportar el pasar de las horas, no podía comer, no se permitía oler, oír rugir su estómago era el ruido más perturbador para ella, se volvía inquieta, muy inquieta y el monstruo recobraba su dominio. Ella se había convertido en su marioneta y ahora no podía parar.



Ella era injusta, muy injusta con sí misma, se exigía muchísimo, se juzgaba siempre, nunca salían de su boca palabras de agradecimiento por estar viva, pues su único deseo era ver menos números en la báscula. Al principio pensaba que todo era un juego y que podía manejar la situación, pero nunca supo cuando su realidad se le había salido de las manos, había creado su propio infierno en el que ardía todas las noches antes de dormir.

Sus familiares y amigos no entendían su comportamiento y muy pronto empezaron a preocuparse. Inició un camino de médicos, psiquiatras y psicólogos que llegaron a la conclusión de que estaba siendo acompañada por ANA o en otras palabras estaba sufriendo un trastorno alimenticio: la anorexia. Al principio negaba lo que estaba pasando, pues aseguraba que todos estaban siendo muy extremistas, pero las cosas empeoraron, este desorden le estaba generando otros síntomas y por consiguiente llegaron nuevas enfermedades: MIA o también llamada bulimia, trastornos psicóticos afectivos, fobias escolares, depresión, bipolaridad y un trastorno de sueño.


Tras las recomendaciones de los especialistas empezaron a medicarla, al día tenía que tomar aproximadamente 6 pastillas, sin dejar a un lado la dieta que le habían recetado para empezar a subir de peso. Sin embargo ella intentaba alimentarse, pero su cuerpo lo rechazaba, el anterior pasó a ser su peor enemigo. La madre jamás la dejó sola y siempre estuvo a su lado ayudándola a recuperarse, pero nadie sabía todo el dolor que ella sentía, su vida se estaba acabando y ya no tenía una razón para seguir viviendo.


Los comentarios en su cabeza seguían rondando, frases como ¨la comida equivale al dolor ¨cuando estés sola usa ropa apretada, para recordar lo mal que te ves¨ ¨eres gorda y nadie te quiere¨ la acompañaban siempre, ella deliraba y ya no era capaz de distinguir que era cierto y que no. Una tarde tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre, no quería seguir batallando con lo que estaba pasando y pensó en suicidarse, no sé si es una decisión de valientes o de cobardes pero ella ya lo tenía claro. Empezó a ingeniar todo un plan para atentar contra su vida, contempló la idea de arrojarse a algún automóvil, ahorcarse o ingerir muchas pastillas para sufrir una sobredosis, pero aprovechó la oportunidad de que estaba en un hospital para utilizar una jeringa que le iban a aplicar con un medicamento muy fuerte. Sus planes se echaron a perder porque su madre logró darse cuenta de las intenciones que ella tenía y evitó que la tomara… había sido un fracaso.


Con una inmensa tristeza tuvo que soportar los días en ese hospital, la comida apestaba y ella solo quería sentirse libre, fuera de catéteres, enfermeras y medicamentos. Pero al ver que no lograba ingerir alimento tuvieron que utilizar su vena para pasarle comida, cada vez perdía más peso, le costaba caminar, su ritmo cardíaco era cada vez más lento, sus uñas y cabello se veían desagradables.


Los años siguieron pasando y ella aún luchaba contra su enfermedad, su familia siempre estuvo a su lado apoyándola a pesar de todo. Cabe resaltar que cada día se estaba haciendo más consciente de lo que le había sucedido a su vida y entendió que por más especialistas que la trataran la decisión era suya, todo dependía de su voluntad: si quería recuperarse o no, porque de nada valían los esfuerzos externos si los internos no lo estaban teniendo.


Llegó a la conclusión de que necesitaba amarse completamente, valorar la persona que era y no volverse a juzgar, que estaba poniendo por encima las opiniones de los otros y dejando a un lado sus ideas, tenía que trabajar en su confianza, su seguridad y su autoestima. Aunque al principio fue difícil porque debía esperar a que su estómago volviera a su estado natural, luchó hasta el cansancio y pudo superarse. Le habían hecho creer que siempre iba a sufrir de la enfermedad porque en cualquier momento podía recaer, pero aprendió que todo era mental y que si de verdad ella iba a salir de esta, iba a salir para siempre.


Ahora es una niña feliz, soñadora, que le apasiona escribir, disfruta al máximo las oportunidades que la vida le brinda y valora todo lo que la rodea: su familia y sus amigos. Lo más sorprendente de la historia es que hoy en día goza profundamente de la comida, se deleita con helados, postres y pizzas; verla comer es como recordar a un niño que ama su pelota. La he oído repetir lo loca que estaba cuando se había prohibido ingerir alimentos, pues ahora se deleita con cada plato.


Y así ha transcurrido su vida, entre tropiezos, alegrías, éxitos y derrotas pero con una inmensa resiliencia que la ha ayudado a seguir adelante, su vida ahora es llena de colores y ¿ella? Una mujer fuerte y lista para salir a comerse el mundo.

 
 
 

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