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Uñas Moradas

  • Mariana Yepes Álvarez
  • 30 abr 2016
  • 8 Min. de lectura

"Miro hacia abajo y miro como las uñas se volvieron completamente moradas.

El día es cálido y el sol se filtra por los arboles pero yo solo siento frío.

Sigo caminando, oculto lo que siento, cualquier pensamiento que indique debilidad, lo empujo hacia lo más profundo de mi mente, me digo que no vale la pena detenerse en él y sigo. Sigo caminando, pero no solo eso, sino que me sigo petrificando. Cada paso duele. Esa mañana el desayuno fue una pequeña manzana roja, claro que eso solo lo sé yo y por eso mi mamá me llevo despreocupadamente al gimnasio, a hacer una hora de boxeo, en la que el foco de la clase es quemar calorías… que yo no tengo. Salgo de clase y debo caminar, tomar el metro y después caminar 4 km hasta mi casa.


Llego a mi casa y aunque siento una necesidad de llorar enorme, no lo hago, más bien me encierro en mi pieza y tomo agua, para no pensar en el hambre. Tomo termos de agua pero cuando me doy cuenta que el hambre es inevitable bajo a la cocina y cojo una hoja de lechuga y un pequeño pedazo de tomate, los parto y con dificultad me como una “ensalada”. Paso el día oculta en mi pieza, escondiéndome de todo lo que pueda implicar hacerme comer más.


Mis pensamientos van de planear la comida del día siguiente, hasta la de la semana siguiente y así paso los días.


Mis papás se preocupan pero yo no soy muy evidente: sigo sonriendo y siempre que puedo ayudo a mi mama en la cocina con su repostería, lo cual es solo uno de los métodos de tortura que diariamente me aplico sin consciencia.


Pasan los días y me vuelvo fría, ya no me permito ser sensible porque entonces me desmoronaría y entonces prefiero no sentir nada. Voy a reuniones familiares y miro al vacío con una sonrisa en la cara que está vacía. La preocupación en las caras de las personas es evidente, pero yo sigo en mi objetivo, un objetivo peligroso que realmente no tenía muy claro pero al cual me aferraba todos los días inconscientemente, como si de una misión de vida o muerte se tratara.


Dejar de comer se convirtió más que en un hábito, en una prueba personal.

Día a día es como si me probara a mí misma para ver qué tan poco puedo comer y cuando por alguna razón termino comiendo algo más que el día anterior, la sensación es de derrota.


Han pasado ya dos meses y el resultado no es bonito: además de uñas moradas y débiles, el pelo caído, el frío infinito y un closet entero que parece colgarme, es evidente para todos que hay un problema… para todos menos para mí, que sigo cada día en mi lucha por ver hasta dónde puedo llegar.

Aunque el llanto de mi mamá me duela y ver que mi papá no puede siquiera mirarme me causa tristeza, estoy sumida en una lucha interna que no parece tener fin.


Finalmente un día me permito sentir y me doy cuenta que es demasiado peligroso porque me puede llevar a la perdición. Mis amigos y amigas aunque se preocupan por mí, siento que se alejan de cierta manera, porque no debo ser agradable de mirar, creo que transmito mucho dolor.

Las reuniones sociales son además causantes de gran ansiedad, porque pierdo ese control que creo poseer sobre lo que como. Un control que finalmente me acerca cada día más al descontrol total sobre mi vida.

Paso mucho tiempo sola, pero como estoy petrificada en el tiempo, no siento dolor. Bajar de peso no es el único efecto de un desorden alimenticio como ya he mencionado y ningún efecto es positivo. La única satisfacción que existe es la de comer menos que el día anterior y aun así lograr ir al gimnasio para pasar el resto del día sentada en una cama y es que ese era el día a día.


Realmente no hay premio para la más flaca ni para la que menos coma, ese tipo de incentivos solo existen en mi mente porque para el resto del mundo e incluso para la “yo racional” que aun intenta luchar estoy perdiendo en todo sentido. Me estoy perdiendo de fiestas, de reuniones con mi familia y de la vida en general.

Un día por alguna razón mágica que hoy agradezco, la “yo racional” despierta un poco y se da cuenta de todo lo que está pasando y decide dejarme sentir. No es fácil, obviamente no lo es, porque implica horas de llanto, pero por fin logro encontrar las palabras y decirle a mi mama que “quiero volver a ser yo”, una frase que cambia todo porque es el primer paso para decidir dejar atrás a esa voz, la que me reta a no comer y me felicita cuando estoy sin vida en el cuerpo.


Podría pasar más tiempo hablando de los hábitos que desarrolle en esos meses, de cómo pesaba las porciones y como más veces de las necesarias, escondía la comida en una servilleta y la botaba. Ese sin embargo no es el punto de esta historia.


Ese día despierto y decido hacer algo. Después de algún tiempo yo había acudido a una nutricionista que sin ganas de desacreditarla, me mando una “dieta” y eso era lo que yo menos necesitaba en mi estado. La dieta incluía una harina al día y un te quemador de grasa y para la noche en vez de una comida, una bebida que solo tenía 40 calorías. Esto sin embargo era más de lo que yo estaba comiendo pero no tenía todo lo que yo necesitaba y menos aún con un quemador de grasa que me hizo bajar MAS de peso. Ese día dije no más y cogí la hoja donde estaba el plan alimenticio y la escondí en lo más profundo de un cajón y desde entonces no la veo.


La recuperación obviamente, apenas empezaba…


La recuperación no es fácil… “Ser consciente es el primer paso…” Una frase que hemos oído muchas veces pero que realmente entendí cuando me enfrente a Ana, como la llaman muchos.

La verdad es que si, es el primer paso y es el primero de una caminata larga y dura, donde un día uno se levanta con ganas de luchar como todo un valiente y otros simplemente está muy cansado y se vuelve a dejar caer en esa zona de confort tan letal.

El proceso de recuperación debería ser una etapa hermosa y de muchos aprendizajes y ahora puedo decir que es verdad, efectivamente uno aprende muchísimo sobre la vida y hay días que se siente como un gigante porque se comprende mucho sobre la realidad y esa parte es muy bonita pero no todo es color de rosas y mucho menos durante la recuperación.


Existe aún esa voz ahí y está enojada de que la estés confrontando tanto. Cada harina o fruta de más que me coma en el día es para ella una razón para enojarse y empezar su lucha contra mí (la yo racional), que intento alejar la culpa después de cada comida.

No es fácil y hay días de días pero al menos se empieza a notar el cambio. Lo duro es que no deja de ser una pelea, o sea que implica mucho estrés y cansancio.

El momento en que mi vida se cruzó con este desorden fue realmente inesperado y creo que eso se puede decir de muchas de las personas que pasan por estas situaciones. “La niña a la que le va bien en el colegio, es feliz, tiene una familia súper querida…” Muchos casos son inesperados para la mayoría de la sociedad y yo me he dado cuenta en estos meses que esta puede ser precisamente una de las razones por las que estos desordenes se dan. Obviamente no es la única y más adelante hablare más sobre cómo y dónde se originó esto en mi caso. Hago esta explicación porque yo realmente nunca fui una niña más vanidosa que las otras y realmente era casi que lo opuesto, pues aunque me preocupaba mi apariencia nunca había sido un objeto de mayor atención para mí.


En todo esto me pese si mucho 3 veces y es porque era completamente necesario. En todo caso, la recuperación para mí era confrontarme a esa voz muchas veces al día pero no siempre era fácil y habían días en que me sentía desmotivada, pues nunca nos han mostrado como una idea atractiva el “subir de peso” e incluso podemos ver diariamente como se promueven los estilos de vida saludables, lo cual en mi opinión no tiene nada de malo, pero cuando uno se está intentando recuperar de un desorden alimenticio esto es un obstáculo más.

Un desorden alimenticio nunca es solo eso, siempre hay algo detrás o muchas cosas como en mi caso y es por eso que la recuperación no se puede tratar solo de comer más, pues uno nunca se sentirá enteramente bien y de cierta manera seguirá haciéndose daño.


Una de las muchas lecciones que me han quedado es que la mente está en su mejor momento cuando lo que se piensa, lo que se siente y lo que se hace concuerdan.


Sí, yo comía pero aun así estaba luchando con esa voz, mi mente no estaba del todo en paz y por eso la recuperación es agotadora. En todo caso yo seguía luchando cada día de la mano de mis padres, quienes fueron mi mayor apoyo y que aunque a veces se sentían también derrotados, luchaban contra su propia tristeza y frustración para ayudarme.

“Toqué fondo… creo”

Ese día me levante pero no del todo. Algo iba a pasar y yo lo sabía porque esa noche no había dormido bien y cuando me metí a la ducha el mundo se me fue. Puedo decir con seguridad que estuve muy cerca de irme porque lo único de lo que me acuerdo es ver a mi mama llorando y yo intentando, de manera imposible, calmarla porque ni la voz me salía ni era consciente. En un pequeño momento de lucidez le dije que llamara una ambulancia y de ahí en adelante todo se oscureció, más de lo que ya estaba. Mi papa subió del trabajo en un tiempo récord después de que mi mama lo llamara y nos fuimos directo a la clínica donde tuve que ser arrastrada en silla de ruedas porque no podía ni caminar y fue ahí cuando en el diagnóstico inicial me pesaron, después de 2 meses que no lo había hecho y no es necesario hablar de números en estos casos pero no parecía lógico ni posible lo que me dijeron en ese momento.


Algo se rompió en mí en ese instante y sentí que eso era lo más bajo a lo que podía llegar, estaba cansada, no quería seguir luchando conmigo misma, no quería volver a ver la cara que hacían mis padres ese día jamás en la vida.


Al otro día yo me levante distinta, sentía que ya tenía el control, que no mas y es un poco triste tener que haber vivido algo como lo que viví ese día para abrir los ojos y más triste aun fue darse cuenta que a las dos semanas estaba volviendo a caer en los mismo ciclos.

Obviamente ya el tema de la alimentación había cambiado un poco, pero mentalmente la eterna lucha seguía y era agotadora.

El día que todo cambió: 3 de febrero de 2016

Creo que además de los cumpleaños importantes esta es la fecha que recordare toda mi vida.

Es el día que “volví a nacer”.


No es fácil explicar cómo y la verdad requirió de la ayuda de un gran ser humano que puedo decir fácilmente que fue mi salvador, pero el caso es que ese mismo día me tatué la fecha porque realmente es el día que nací.


Muchos hablan de la sensación de libertad como algo excepcional y yo soy testigo.

La libertad es poder escapar de todos esos pensamientos, es darse cuenta de donde se originaron y tomar la decisión de dejarlos atrás, de dejar ese “control” atrás y empezar a vivir la vida, a salir con los papás a tomar el algo porque que mejor que tomarse un cafecito un domingo por la tarde, es poder comerse un postre con el almuerzo y después otro con la comida, es poder mirarse al espejo y amarse, es darse cuenta que la vida es mucho más, que la vida es disfrutar con los que uno más quiere, que entre uno más se quiere más lindo se ve y que la comida no es la enemiga y nunca lo ha sido.

Ese día dejé de luchar y los pensamientos de culpa jamás han vuelto.


Obviamente desde ahí ha sido un proceso, pero la vida dio un giro y me escape de ese túnel sin salida para NUNCA volver, nunca mirar atrás.


Me di cuenta que la respuesta y la solución estaban en mí y que si empezaba a tratarme con amor y cariño mi vida se iba a iluminar.

Estaba en lo cierto".


 
 
 

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